Nuestra vida se basa en buscar un plan y cada paso lleva al siguiente.
Vamos a la escuela para luego estudiar en la universidad.
Realizamos un curso para luego conseguir un trabajo.
Trabajamos para luego irnos de vacaciones.
Un paso siempre lleva al siguiente.
En las primeras etapas de la vida esto es más natural y sencillo de conseguir. Aprender a hablar, luego a escribir, vas a la escuela, de ahí te especializas, entras en el mercado laboral…
… y la teoría nos dice que el siguiente paso es trabajar, trabajar y trabajar para conseguir un salario que nos permita vivir bien (a nosotros mismos y a los nuestros) hasta llegar a la edad de jubilación.
Pero durante toda esa época de trabajo, no hay un plan, no hay un siguiente paso, una evolución
Nuestra vida avanza en piloto automático y vamos de casa al trabajo y viceversa. Buscamos desconectar los fines de semana o en vacaciones y con eso nos contentamos.
Y esto nos pasa a todos.
Cuando me di cuenta de esto… bueno, busqué una forma de cambiar y sentirme cómodo con este cambio.
Cómo pasé de ser el “bicho raro” a un empresario
A los 18 años, mientras estaba en la universidad, monté mi primera empresa y comencé a invertir.
Fui el “bicho raro”: ni mis amigos ni mi familia entendían por qué me arriesgaba y hacía algo tan distinto en vez de conseguir un trabajo estable y para toda la vida. Pero yo sabía que había otro camino…
… y lo conseguí: a los 34 años llegué a mi cima profesional. Mi propia empresa estaba en lo más alto, tenía un gran reconocimiento laboral y una vida estable.
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En ese momento, mi mente falló. Me ví en lo más alto y pensé que había conseguido todo lo que quería y que mi trabajo era simplemente mantenerlo. Sabía cómo hacerlo a nivel inversor y empresarial, pero hay algo que no tuve en cuenta.
Algo que nadie me había enseñado. Ni en la universidad, ni en los distintos programas especializados ni mis mentores empresariales.
Eso que no había tenido en cuenta (y que me llevó prácticamente a la ruina en 18 meses) era la mentalidad y las emociones.
Me repuse del golpe por partida doble y empecé a dedicar mucho más tiempo y energía a las inversiones. Me rodeé de los mejores (luego te presento a alguno de ellos) y reforcé mi mentalidad para que nunca me volviera a pasar.
Al hablar con personas de mi entorno me di cuenta de que esto no es algo que solo me hubiera pasado a mí. Era algo común y tenía también una causa común:
El déficit en educación financiera e inversora.
Aunque es algo básico y que utilizamos en nuestro día a día, sigue siendo una materia a la que no se le presta demasiada atención.
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